Torroja hoy, según Guillermo Faivovich e Inés Katzenstein
GF: Entiendo que tenés una relación personal con la obra de Enrique ….
IK: Fui amiga de infancia de los hijos de Enrique, Tina y Pio. Y si bien no lo veía mucho, sí tengo un recuerdo muy claro de él caminando por su taller (primero en la calle Cangallo, en una casa que compartía con otros grandes artistas, y después en la calle Montevideo), fumando, y merodeando en silencio entre cuadros y alumnos. Para mí esa imagen de Enrique era la representación más clara de lo que era un artista.
Por otro lado, su obra tenía una imagen reconocible. Te diría, entonces, que esas dos cosas -esa imagen de Enrique deambulando por el taller, por un lado, y la estabilidad de su obra por otro-, eran para mí lo que identificaban a un artista: una suma de insistencias alrededor de materiales, de imágenes y de espacios muy característicos. No había ni orgullo ni prejuicio en esa imagen; era una imagen perfectamente neutral, y ahora que lo pienso había algo en la serenidad y en la búsqueda de equilibrio de sus pinturas de los ochenta que acompañaba e incluso apuntalaba esa neutralidad.
¿Y vos, cómo conociste la obra de Torroja?
GF: La primera vez que vi un Torroja fue hace unos doce años, en la casa de los Liernur. Era en una pintura abstracta de los 70, eléctrica, cautivante. Recuerdo que Pancho señaló a Enrique, de inmediato, como un gran artista; y me contó también que fue el papá de Pio. Con él ya habíamos coincidido en Fundación Start, en la época de Proyecto Venus.
IK: ¿Y cómo fue que llegaste a trabajar con la obra de Enrique?
GF: Años más tarde, en 2011, tuvimos una conversación con Pio mientras yo preparaba una muestra, donde la idea era presentar en un espacio exhibitivo obras procedentes de livings, esas que están ahí durante décadas participando de la intimidad de las familias. Pensaba en la mirada distraída de los niños recorriendo los cuadros, sostenida en el tiempo. Era también mi propia historia, con los cuadros típicos de living clase-media de la casa de mis abuelos. Pero me di cuenta que el caso de Pio era muy distinto. La suya es la historia de los que heredan el acervo de un artista, que incluye no solo obras, sino bocetos, planos, prototipos, fotografías, catálogos, escritos, correspondencia, biblioteca, etc. Entendí que vincularse con esta dimensión requeriría de otro contexto y de mucho más tiempo; y que ciertamente la obra de Torroja ameritaba dedicárselo.
Así, el año pasado terminé realizando una muestra en la inmensa sala de la Univesidad Di Tella, donde instalé una serie de telas de Torroja de los ’90, enfrentadas a obras del legado de otro artista, Roberto Rossi, un pintor de bodegones que alcanzó la fama en los ‘40 y ‘50, antes de su muerte repentina. El legado de Rossi pasó primero a manos de su esposa y luego a las de Trudi, amiga del matrimonio que con sus 90 años lo mantiene con gran pasión y perseverancia. En estos dos casos encontré ejemplos de artistas con carreras y cuerpos de obra sólidos, que por avatares personales y de la historia fueron perdiendo visibilidad hasta quedar sostenidos, casi por completo, por sus familias o amigos. La muestra se llamó Exposición, y presentaba dos grupos de obras que llevaban al menos una década sin ser exhibidas.
IK: Entiendo que esa exposición en Di Tella ponía el dedo sobre un problema delicado, que va mucho más allá del caso particular de Enrique, y que es el de la relación de la institución artística con la historia, con la dificultad de la institución para idear estrategias imaginativas, más allá del mercado, respecto a esas cosas que en su momento tuvieron relevancia y que después quedan desactivadas y en un estado de mucha vulnerabilidad. Como si se produjera un abandono un poco cruel, sobre todo cuando son artistas importantes y comprometidos con su época.
En este sentido, para mí Enrique fue un artista contemporáneo. Pensemos que junto con artistas como Puente o Paternosto investigó las relaciones entre abstracción geométrica y americanismo; después trabajó una abstracción absolutamente embebida de la metafísica del paisaje argentino, “una pintura rural moderna”, como la llama su hijo Pio–, y más tarde, en los 90, en las obras que mostraste en la exposición de la Universidad Di Tella, aparece una voluntad de pensar su presente a través de un programa de yuxtaposición de una base pictórica áspera, asfáltica, con las imágenes urbanas. En ese sentido pienso que la obra de Enrique traza un arco muy singular entre los sesenta y nuestra generación, pero que sin embargo, perdió visibilidad para los jóvenes de hoy, por lo menos hasta ahora.
GF: Y constituye una ventana para analizar tanto su época como la actual…
IK: Sí, desde su participación en espacios de gran visibilidad y peso histórico como el Premio Braque, el Instituto Di Tella o el CAYC; o galerías emblemáticas como Lirolay o Benzacar en los 70’, podemos decir que la obra de Enrique sigue trasmitiendo mensajes al presente. El otro día veía en el archivo que guarda su hijo Pio unos papeles calados que forman siluetas de ventanas y no podía dejar de pensar en obras de artistas jóvenes actuales, como Nicolás Robbio. Por eso no me sorprende que pintores como Juan Tessi estén interesados en su trabajo, encontrando pequeños hallazgos que resuenan en la actualidad. Eso es una alegría. Pero lo interesante de tu muestra en Di Tella fue que ponía en escena un futuro muy verosímil para muchos artistas que hoy nos parecen insoslayables. Y esa es la discusión que se abrió: cómo rebasar lo canónico de cada momento y cómo pensar una institucionalidad más imaginativa, capaz de poner en juego muchas diferentes capas de historia.
GF: La Historia es despiadada, pero al parecer el Arte tiene sus mecanismos de preservación, y quizás la familia sea su eslabón más fuerte y menos reconocido. Así, podría decirse que el esfuerzo de Pio y Tina se hizo eco el año pasado en Exposición, en la Universidad Di Tella, y también en la muestra que acompaña este catálogo en la Galería Cecilia Caballero, donde se puede ver un recorrido por las distintas épocas del artista, e incluso una materialización escultórica reciente, hecha por Pio en base a uno de los prototipos que se conservan en el archivo de Enrique.