En sincronía mundial con el encierro y la incertidumbre colectivos, lo que empezó
siendo para Manuel Ameztoy una actividad asimilable a la de un bricoleur forzoso y
compulsivo, entre otras manualidades caseras se puso a coser hasta que con el paso de los
meses y el afianzamiento de la práctica, tenía muy avanzada la confección de una suerte de
ajuar: algo así como una síntesis portátil del hogar-refugio-encierro; señales tangibles y
artesanales de su cotidianidad, revestimientos, decoraciones, indumentaria.
La fabricación de un ajuar suscita la idea de los ritos de pasaje de la vida (nacimiento,
casamiento, muerte), y evoca posibles arqueologías, antropologías, todo un abanico de
culturas. A su modo, Ameztoy, de manera autodidacta, con una habilidad creciente, pruebas y
errores, ajustes y precisiones, repasó artesanalmente esas etapas.
Trabajó utilizando o teniendo a mano retazos de vestuarios de abuelas, suegras, parientas
(propias o ajenas, ya muertas); se fue refinando obsesivamente hasta el virtuosismo. Ameztoy
tomó cortes textiles de otras épocas y otras maneras de ser para transformarlos en modos,
tiempos y usos diferentes. Se reciclaron en otra cosa a través de un proceso artesanal,
domesticado a la fuerza, un “hágalo usted mismo”, que podría pensarse transitó por
momentos placenteros y por otros que tal vez buscaran el restablecimiento de la armonía
perdida, más parecido a una versión libre y sin culpa de la probation. O quizás todo fue el
disfraz para una estrategia de fuga.
El capítulo del ajuar es solo uno de los incluidos en esta exposición. Como tantas víctimas del
modo pausa que instauró la pandemia, Ameztoy también fue a revolver sus archivos para
ejercer ciertos rescates de piezas de hace varios años que habían sido exhibidas puntualmente
en tal o cual oportunidad y luego guardadas hasta ahora.
Allí reaparecen sus ya célebres piezas caladas, donde emergen obsesivamente los patterns, las
matrices: columnas, cortinados, piezas colgantes o enmarcadas, blancas o teñidas, en escala
pequeña o enorme. Los calados, con la idea rectora de matriz, son la música de fondo de la
obra de Ameztoy: ritmos, repeticiones, regularidades acompasadas que van escandiendo sus
objetos. Una especie de respiración de las cosas: pneuma.
Las piezas que fabrica el artista se alimentan de formas populares, que son llevadas por la vía
de la concentración y la multiplicación a una factura exacta y una terminación impecable. El
detalle y el exceso transforman y encauzan la obsesión por el camino del sentido. En conjunto,
una parte de la obra de Ameztoy se conforma de notorios volúmenes (realizados con
muchísimo trabajo y tiempo) que paradójicamente implican muy poco peso, porque otra de las
características de su producción es la levedad, o mejor: una combinación sabiamente
proporcionada entre densidad y levedad.
Como resultado de la visita a su taller, seleccioné, edité e hilvané algunas de las descripciones
de Manuel que funcionan como cuaderno de bitácora de su actividad durante la pandemia:
“La noche del veinte de marzo de dos mil veinte, cuando empezó la primera cuarentena, me
tomé el colectivo veinticuatro y me vine al taller a buscar la máquina de coser: la puse en un
changuito junto con otras cosas que pensé que iba a necesitar y me la llevé a casa. Ahí empecé
a coser, un poco por desesperación, aunque en parte también lo hacía por gusto, junto a otras
cosas, como la repostería y la limpieza. Quería hacer algo con las manos. Empecé cosiendo
para una amiga que tiene dos hijos adolescentes y me mandaba la ropa para que la arreglara.
Con tanto tiempo en casa empecé a tratar más a los vecinos. Mientras estaba cosiendo vino
una vecina a traerme una bolsa de ropa de su madre, que había muerto hacía poco, muy
anciana.
“Yo no era del medio textil, lo conocí porque me empezaron a invitar a eventos relacionados
con el arte textil. Hasta ese momento no me había llamado la atención, pero de a poco
comencé a aprender, a coser, a probar y a entenderlo. Al principio buscaba que se pareciera a
lo que ya venía haciendo. Bordé manteles, encontré el material y de ahí pasé a la gasa,
bordada y teñida.
“Siguiendo las técnicas de los tutoriales que vi por youtube, hice una serie de quilts.
Yo había hecho un quilt con retazos de telas que me habían sobrado, y entonces hice otro con
las ropas que me trajo la vecina. [Señala un quilt] Esta parte es de un sobretodo, esta de un
trajecito, acá hay retazos de un pantalón. Esto es muy típico del quilt, y tenés tradiciones en
Inglaterra, en Turquía en Canadá…
“Luego hice una túnica marroquí, un chilaba, que es una prenda muy popular. Pero a la hora
de teñirla, decidí hacer un teñido japonés, la técnica shibori, que consiste en teñir ciertas
partes del tejido, para dejar otras sin teñir, por pliegues o retorciendo o amarrando sectores
de la tela, para tapar unas zonas y teñir otras.
“Hasta antes de la pandemia yo hacía obras a pedido, para espacios grandes, con equipos de
trabajo, con montajes, con grúas. Eran trabajos de gran escala, relacionados con la
arquitectura. Ahora desvinculé la obra de su función instalativa y salté hacia lo hogareño. Pasé
de comprar insumos en once en gran cantidad, a comprar las cosas en la mercería coreana de
barrio que está cerca de casa, entre Villa del Parque y Paternal.
“Estoy viendo cómo mostrar todo este trabajo: quiero mezclar todo. En la sala que se ve desde
la calle a través de grandes ventanales, la idea es montar una escenografía del interior. Las
cortinas y las instalaciones las quiero mostrar de modo que se vean desde afuera y que a su
vez sirvan como marco para las piezas voladoras, como la pieza roja (junto con otra que estoy
haciendo más grande y redonda), así estas piezas de color estarán “volando” adentro, con la
gente mezclada. Y que eso se vea desde afuera, para que la gente quiera entrar. Busco tomar
en cuenta que los visitantes van a trasladarse en pleno invierno a la galería, en medio de la
pandemia: quiero ofrecer un lugar cálido, con una linda luz, con cosas para ver, para
detenerse.”
Tomando en cuenta algunas de las ideas que atraviesan las obras de Ameztoy, Cecilia
Caballero me pidió que estableciera una relación entre esos trabajos y la obra de algún artista
de los años noventa. Se me ocurrió relacionar estas piezas de Ameztoy con una obra que
Feliciano Centurión (San Ignacio de las Misiones, Paraguay 1962-Buenos Aires, 1996) me regaló
poco después de enterarse de que tenía VIH. Se trata de una obra textil realizada con un
fragmento de frazada, bordada, pintada y con la aplicación de un cocodrilo de plástico. En la
obra evoca una zona de tierra firme, sobre la que acecha un cocodrilo, a orillas de un río azul.
Chano Centurión me dijo que había pensado esa obra como un modo de refugio, abrigo y
protección contra pesadillas recurrentes y para ahuyentar el peligro. “Abrigo” fue el título de
la muestra de Centurión que se exhibió el año pasado en Americas Society, Nueva York. El arte
siempre puede hablar del presente en clave y anticipar el futuro.
Fabián Lebenglik
Mayo de 2021